sábado, 16 de abril de 2016

guadalajara




En lo alto o no. A pie de calle casi o en cerro que hay que subir. Visto desde una nacional ajena ya a la historia aunque la vea todos los días, o semi escondido, o tan lejano que pereza da a muchos llegarse hasta lo que son solo piedras. De ese color indefinido, el que tiene la historia, aún remozada y repasada. Son castillos, de señores, de aquellos que lo tenían todo y de los que queda historia, pequeña en la mayoría de los casos, y alguna leyenda. En Guadalajara, provincia, encontramos unos cuantos. Visitados cuando no había gritos infantiles y el tiempo no pasaba. O sí, pero no tan rápido. El de Torija es cuadrado, dicen que de origen templario y reconquistado a los navarros por el marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza, 1398-1458. El de Siguenza es hoy parador. El de Guijosa pierde piedras y el detalle heráldico de la entrada apunta a su construcción por Iñigo Lopez de Orozco. El de Palazuelos fue ordenado levantar por el marqués y el de Brihuega tiene su leyenda en lo que un día fue ciudad amurallada. Cerramos con el espectáculo de Jadraque. Se divisa en lo alto y hay que andar para alcanzarlo, entre olivos, piedras y arena. Por eso arriba se respira silencio y soledad. Ligado a la familia Mendoza, fue reconstruído por el cardenal, hijo del marqués, y se llama del Cid, porque ahí vivió el hijo del cardenal, Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, al que otorgaron los Reyes Católicos el título de Conde del Cid. La hija del conde, Mencía de Mendoza, también habitaría el impresionante castillo. Dimos vueltas al castillo de Atienza, también en un alto, rodeado de piedras y de hierbas mustias. También con historia.

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