viernes, 25 de marzo de 2016

en el Pardo

En el convento de los Padres Capuchinos del Pardo (reforma franciscana que data de 1525), fundado a primeros del XVII por orden de Felipe III, se encuentra el Cristo Yacente de Gregorio Fernández. Dudas en cuanto a la fecha de su realización, mas menos diez años, entre 1605 y 1615, posible encargo de Felipe III por el nacimiento del que sería su sucesor. En lo alto de una colina, el monte vallado, los animales que se llegan hasta la cerca para recibir comida, jabalíes. También ciervos. La urna de cristal. El Cristo, imponente, en la línea del autor. 


Palacio de caza, de invierno, para deleite de los monarcas y nobles. Mandado construir ya por Carlos V, es actual punto de estancia para los jefes de estado foráneos que nos visitan; y pasará a nuestra memoria particular, la de mi generación, por haber sido la residencia de Franco y familia durante 35 años, es decir durante todo el periodo de la dictadura. Imágenes del NODO en la memoria, recepciones y niños alrededor de un señor de uniforme y traje que envejecía en blanco y negro. Hay que esperar un poco a que se haga mas grupo. También la visita es gratuita y guiada. Alrededor de una hora de recorrido de salas y patios. Las paredes nunca hablan, sólo son piedras y tabiques que separan confidencias, decisiones, vidas y muertes. En una de ellas, convertida en capilla muere Alfonso XII. En otras muchas vive el dictador y decide sobre vidas y quehaceres de millones de españoles. Se visita el despacho, su dormitorio de dos camas separadas y flexos de oficina antigua sobre mesillas, también el comedor familiar con mantel blanco. Y el gran salón de los consejos de ministros, el aire lleno de deliberaciones. Todo queda envuelto en tapices que seguro mejorarían la acústica y darían calor a un entorno que se antoja grande para tan corta familia. Tapices coloridos y frescos en techos, cielos que quizás se invoquen desde la mesa de despacho. Dioses y ángeles que gravitan inmóviles sobre los presentes, ajenos a las decisiones de un ser imbuído de superioridad que todo lo disponía. Lejanas la urnas todavía. A pesar del aire acondicionado, disimulado en salientes del techo, las guías se abanican constantemente. Pasamos por el antiguo teatro, sala de cine en la última época, lujo al alcance de unos pocos. Lámparas que iluminan y relojes que marcan las seis de la tarde, desacompasados. Mobiliario de regalos reales, sillas de todo tipo y condición. Un par de lienzos que destacan, el retrato de Isabel la Católica, de Juan de Flandes, pintor de su corte, retrata a una reina ya mayor, no tan atractiva como la televisiva. Y una Virgen con el niño de Luis de Morales. En el exterior la capilla, sin luz y sin acceso mas allá de un cordón.


"Según tradición, la tercera vez que lo intentó logró el artista su deseo en el remate de la cabeza. De él es esta frase: "El cuerpo lo hice yo, mas la cabeza la hizo el mismo Dios". Lo que no puede negarse es que, de las varias imágenes de Cristo yacente obra de Hernández, ésta es su mejor talla, y de ella destaca la maravillosa cabeza.
Felipe III la tuvo en gran veneración en su palacio de Valladolid y consigo la trajo al de Madrid. En 1615 la donó al convento de Capuchinos de El Pardo, quienes desde un principio le tributaron solemnes cultos en capilla particular."

"Y cuando te encuentres ante este hermoso Cristo yacente, en paz y muerte tan puras", salga de tu corazón y de tus labios esta tierna plegaria:"

Hoy llego a Ti, peregrino,
en busca de tu perdón.
Con mi andariego bordón
te hallé, al fin, en mi camino.
Al volver tras mi destino,
sólo te pido, Jesús,
que, al irme yo con mi cruz,
dejes contigo encerrado
mi corazón perdonado
antes que expire la luz.
 


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