sábado, 26 de marzo de 2016

san francisco el grande

Una de esas parroquias desconocidas, fuera del circuito de lo que hay que ver y que sin embargo hace honor a su nombre. Sus dimensiones compiten en el ranking de cúpulas más altas y trazados imposibles, y la vista hacia arriba encorva el cuello y parece dañar las cervicales. Todo su interior es una obra de arte y algunas de las capillas adosadas sufren el azote de las humedades. La reconstrucción se antoja necesaria pero la propietaria de la iglesia, el Ministerio de Asuntos Exteriores, no parece tener los dineros para ello. La visita es guiada, magnífica, plena de entusiasmo y detalles. Alguien que hace bien su trabajo siempre es digno de alabanza. Y el placer por mostrar tanta obra se plasma en más de una hora de visita que empezamos casi solos y acabamos en grupo de más de 20, con nacionalidades diversas, gente que se engancha a la casi vuelta al ruedo con visita intermedia a la sacristía y a los pasillos adyacentes que albergan paredes repletas de lienzos.  Hay cuadros de los grandes, como Goya o Zurbarán, pero también de aquellos que educaron a los grandes. Y es que el maestro siempre fue necesario, entonces, y ahora, más que nunca. Y los que enseñaban también pintaban, y unas cuantas obras de las presentes pertenecen a quienes pusieron pincel en mano de Goya, Dalí, Picasso o Velázquez.

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