
Una de esas parroquias desconocidas, fuera del circuito
de lo que hay que ver y que sin embargo hace honor a su nombre. Sus dimensiones
compiten en el ranking de cúpulas más altas y trazados imposibles, y la vista
hacia arriba encorva el cuello y parece dañar las cervicales. Todo su interior
es una obra de arte y algunas de las capillas adosadas sufren el azote de las
humedades. La reconstrucción se antoja necesaria pero la propietaria de la
iglesia, el Ministerio de Asuntos Exteriores, no parece tener los dineros para
ello. La visita es guiada, magnífica, plena de entusiasmo y detalles. Alguien
que hace bien su trabajo siempre es digno de alabanza. Y el placer por mostrar
tanta obra se plasma en más de una hora de visita que empezamos casi solos y
acabamos en grupo de más de 20, con nacionalidades diversas, gente que se
engancha a la casi vuelta al ruedo con visita intermedia a la sacristía y a los
pasillos adyacentes que albergan paredes repletas de lienzos.
Hay cuadros de los grandes, como Goya o Zurbarán,
pero también de aquellos que educaron a los grandes. Y es que el maestro
siempre fue necesario, entonces, y ahora, más que nunca. Y los que enseñaban
también pintaban, y unas cuantas obras de las presentes pertenecen a quienes
pusieron pincel en mano de Goya, Dalí, Picasso o Velázquez.
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