Benvenuto Cellini (Florencia-1500-1571)
Perseo (Florencia-1545-1554)
“Todos los hombres de cualquier condición que hayan
realizado algo ejemplar, o que se asemeje de verdad a la virtud, deberían
describir su vida con su propia mano, de manera verídica y honesta. Pero no
debería iniciarse una empresa tan bella antes de haber cumplido cuarenta años
de edad”
Así dice el autor, que empieza a escribir sobre su vida a los 58 años de edad, durante 11 años, ahí se interrumpe, cuatro años antes de su muerte, en 1571, siglo XVI, qué lejano. Veo algún retrato de Cellini, Benvenuto, y no era así como me lo imaginaba en sus aventuras. Contemporáneo de Miguel Angel Buonarroti, a quien admira, se convierte en orfebre, acuñador y escultor, buscando la admiración de reyes, papas y nobles, esquivando la envidia y compitiendo con otros artistas para obtener los encargos de quien mandaba y quien pagaba suculentas sumas por las obras. Sus enfrentamientos le llevaron a la cárcel, a ser envenenado, a viajar, a vivir en la corte del Rey Francisco I de Francia, y el relato se transforma en una novela donde la aventura no se pierde. Sorprende la forma en cómo afronta la enfermedad, los remedios caseros, como el palo santo, el último palo al que agarrarse. Ve la muerte venir y la esquiva, así hasta el final. “Luego me fui a Pisa”, son sus últimas palabras escritas.
Estatua
en bronce, en la Plaza de la Señoría.
Así dice el autor, que empieza a escribir sobre su vida a los 58 años de edad, durante 11 años, ahí se interrumpe, cuatro años antes de su muerte, en 1571, siglo XVI, qué lejano. Veo algún retrato de Cellini, Benvenuto, y no era así como me lo imaginaba en sus aventuras. Contemporáneo de Miguel Angel Buonarroti, a quien admira, se convierte en orfebre, acuñador y escultor, buscando la admiración de reyes, papas y nobles, esquivando la envidia y compitiendo con otros artistas para obtener los encargos de quien mandaba y quien pagaba suculentas sumas por las obras. Sus enfrentamientos le llevaron a la cárcel, a ser envenenado, a viajar, a vivir en la corte del Rey Francisco I de Francia, y el relato se transforma en una novela donde la aventura no se pierde. Sorprende la forma en cómo afronta la enfermedad, los remedios caseros, como el palo santo, el último palo al que agarrarse. Ve la muerte venir y la esquiva, así hasta el final. “Luego me fui a Pisa”, son sus últimas palabras escritas.
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